John Papworth, Proyecto de residencia rural. 1818.
APUNTES (4) PARA LA TEORÍA E HISTORIA DE LA INTERVENCIÓN EN EL PATRIMONIO: LA SINGULARIDAD INGLESA EN EL SIGLO XIX
Frente a los avances técnicos de la ciudad industrial, la escena inglesa de mediados y finales del siglo XIX se desarrolla bajo una dicotomía que protagonizará su escena cultural y social: mientras los avances de la Revolución industrial, en su dimensión más técnica y material, se manifiesta en exposiciones, transportes e infraestructuras, los personajes contemporáneos pertenecientes al mundo de la cultura se oponen y recelan de los cambios y transformaciones sociales sobrevenidos como consecuencia de la revolución. Una escena inglesa que, más allá de su obvia condición geo-diferencial respecto al continente europeo, desarrollará una especial singularidad articulada a través de la convivencia en oposición que protagonizan unas inercias históricas conservadoras junto a unos estímulos de progreso, construyendo un panorama muy alejado del que, durante esos mismos años, se estaba dando en la vecina Francia.
Una primera consideración apela a la ausencia de una tradición académica que, como en el caso francés desde Luis XIV, se erigiera como garante de la verdad.1 La figura en Francia de Primer arquitecto del rey, llevada a cabo por Français d’Orbay, Jules Hardoin-Mansart, Robert de Cotte, Jacques Gabriel, Ange-Jacques Gabriel y Richard Mique instauró una tradición que, aunque de corta duración —poco más de cien años, hasta su eliminación por la Revolución francesa—, supuso una relación de dependencia tanto económica como ideológica entre corona y Academia. La figura de arquitecto del Rey se inaugura a inicios del siglo XVII, con Luis XIV, pero no será hasta 1671 que su existencia esté directamente relacionada con la Academia.
En Inglaterra la situación será un tanto distinta. La Real Academia de las Artes de Londres —Royal Academy of Arts— se funda el año 1768, con el propósito de cultivar y mejorar las artes de la pintura, la escultura y la arquitectura. Pero aunque dependiente en sus fueros del rey Jorge III, no recibía subvenciones ni del estado ni de la Corona, manteniendo así su independencia. Aunque existirá desde 1378 un departamento en la Casa Real destinado a supervisar la construcción de sus residencias y castillos, denominado Office of Works,2 sus responsables podían ser tanto arquitectos, como topógrafos, agrimensores o maestros albañiles. Una diversidad disciplinar que, añadida a la ausencia del nombramiento de arquitectos desde 1761 como responsables del departamento, a partir de entonces fusionado con la Surveyor-General and Comptroller, evitará cualquier indicio de tradición estilística arquitectónica continuada en el tiempo, así como la necesidad de reafirmar ninguna identidad arquitectónica nacional. Es sintomático que en 1813, el último surveyor-General and Comptroller nombrado —no profesional—, estará asistido por tres arquitectos de contrastada trayectoria arquitectónica como serán sir John Soane, John Nash y sir Robert Smirke, cada uno de ellos autores de obras que irán desde el neopalladianismo al neoclásico, pasando por las influencias de la arquitectura oriental.3
Una segunda consideración tendrá que ver con la persistencia de un estilo, el gótico, cuya presencia continuada se verá incrementada a mediados del siglo XIX, también como reacción a las pérdidas artísticas —tanto en relación con la artesanía como en relación con la huella del artista— derivadas de los avances técnicos y materiales, producto de la industrialización. Frente al elitista clasicismo, el modo de hacer de los talleres medievales y su prolongada presencia en toda Europa, superando cualquier limitación nacional, será percibido como lugar de intercambio y mestizaje. Las ruinas romanas eran escasas y poco destacables, mientras que el episodio medieval había sido intenso y duradero. Los mil años de arquitectura gótica habían dejado un legado muy presente para el pueblo no ilustrado. Sir Christopher Wren, tras el incendio de 1666, realizó adiciones medievales en algunas de las iglesias deterioradas por la catástrofe. Pero será Horace Walpole, en 1750, quien oficializará el interés por el goticismo a partir de la transformación de su vivienda en Strawberry Hill.
A ello se sumará también la atracción por las culturas lejanas y exóticas, a partir de los inicios del viaje como instrumento de colonización durante los siglos XVII y XVIII. Un coctel cultural que servirá para cuestionar la validez de las fórmulas autóctonas en beneficio de otras arquitectura existentes en el mundo, y que poco a poco se dibujará con el objeto de ser asimilada por los profesionales de la arquitectura.4
Y será, especialmente a partir de 1800, cuando el gótico se leerá finalmente como aquel tipo de construcción que mejor se adaptará al clima del norte, cuya articulación material y estructural tendrá además una clara ventaja: su específica adecuación al nuevo material de construcción desarrollado por la Revolución industrial, el hierro:
Existirá un consenso (…) acerca de que el estilo correcto para las iglesias y las casas de campo era el gótico, mientras que el lenguaje clásico debía ser restringido a los edificios públicos y a las mansiones.5
Invernaderos de plantas irregulares, o residencias rurales que debían adaptarse a la topografía existente se manejaban de forma óptima a través de una geometría singular que solo el hierro podía solucionar.
Y por último, el proceso que Inglaterra vive del paso del producto manufacturado a industrial. La incorporación de la producción masiva o en serie, provoca una alteración profunda de la artesanía como fuente de valor, siendo desplazada por el precio de la mercancía.6 Este cambio en las inercias productivas provocará una reacción inmediata: el rechazo a la producción industrial y un conjunto de voces que reivindicarán los valores del trabajo artesano, su lógica cooperativa y una utópica voluntad de recuperación de los valores medievales. John Ruskin, Augustus W. Pugin y William Morris, con sus respectivos matices, serán sus abanderados.
1: En 1671, y bajo la iniciativa de Jean Baptiste Colbert, se funda la primera Académie royale d’architecture. Entre otras, sus funciones serán las de identificar las leyes de la belleza a través del estudio de los tratados clásicos.
2: Un estudio exhaustivo sobre el origen y desarrollo del Office of Works se encuentra en Great Britain. Department of the Environment, The history of the King’s Works. London: Her Majesty’s Stationery Office, 1973.
3: Dos corrientes estarán presentes de manera permanente durante los años del siglo XIX inglés: por una parte el historicismo, recuperador formal de los distintos códigos procedentes del pasado, y por otra el eclecticismo, entendido como sistema plural y abierto de mezcla de los estilos arquitectónicos.
4: Un ejemplo del interés que suscita, a principios del siglo XVIII, el exotismo arquitectónico, fuera del entorno europeo, será el libro publicado por Fisher von Erlach, Entwurf einer historischen Architektur in Abbildung unterschiedener berümten Gebäude des Alterthums und fremder Völker. [Esbozo de una arquitectura histórica, con ilustraciones de diferentes edificios, de la antigüedad y de los pueblos más antiguos]. Viena, 1721, del cual se llevarán a cabo dos reimpresiones en inglés.
5: Spiro Kostof, Historia de la arquitectura, vol. 3. Madrid: Alianza editorial, 2009, pp. 1023-1024.
6: Véase al respecto Friedrich Engels, Die Lage der arbeitenden Klasse in England [La situación de la clase obrera en Inglaterra]. Lepizig: 1845.